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Fe como un grano de mostaza

Del santo Evangelio según san Lucas 17, 1-6

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños. Cuidaos de vosotros mismos. Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: «Me arrepiento», le perdonarás. Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe. El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: «Arráncate y plántate en el mar», y os habría obedecido.

Oración introductoria

Señor, antes de iniciar mi meditación te pido me perdones por todas las veces en que he sido ocasión de pecado y dame la bondad y el amor necesario para que yo también perdone de corazón todas aquellas ofensas que me han herido o molestado.

Petición

Jesús, no permitas que el resentimiento, el enojo o la ira dominen mi interior y dame un corazón misericordioso, como el tuyo.

Meditación del Papa

La segunda parábola utiliza también la imagen de la semilla. Aquí, sin embargo, es una semilla particular, el grano de mostaza, considerado el más pequeño de todas las semillas. A pesar de lo pequeño, sin embargo, está lleno de vida, y al partirse nace un brote capaz de romper el suelo, de salir a la luz solar y de crecer hasta convertirse en «la más grande de todas las plantas del jardín»: la debilidad es la fuerza de la semilla, el partirse es su fuerza. Así es el Reino de Dios: una realidad humana pequeña, compuesta por quien es pobre de corazón, por quien no confía solo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios, por quien no es importante a los ojos del mundo; no obstante, a través de ellos irrumpe el poder de Cristo y transforma aquello que es aparentemente insignificante. La imagen de la semilla es particularmente querida por Jesús, ya que expresa claramente el misterio del Reino de Dios. Benedicto XVI, 17 de junio de 2012

Reflexión

Estamos rodeados de testimonios edificantes, de personas ejemplares, coherentes, generosas… Pero tenemos la costumbre de fijarnos y hablar sólo de los “escándalos” que por ahí nos encontramos. Aquel joven, la vecina, un político… todos pasan por nuestro tribunal.

Es una realidad innegable que, como hombres que somos, tenemos debilidades y flaquezas (Si alguien no las tiene, puede inscribirse en el registro de los ángeles sobre la tierra), que, por lo demás, son evidentes a los ojos de los demás, sobre todo en algunas ocasiones. Algunas veces hasta pueden provocar escándalos.

Sin embargo, la inspiración divina bien colocó este pasaje seguido inmediatamente de otro que versa sobre el perdón. Nuestra tarea no es entonces juzgar ni mucho menos buscar como detectives los “talones de Aquiles” de nuestro prójimo. Será mejor si, por nuestra parte, nos esforzamos para dar el mejor testimonio, y si fijamos nuestra atención en las virtudes de los demás.

Propósito

Cuando alguien nos escandalice con su conducta, no juzguemos y sepamos perdonarle de corazón, sabiendo que quien confía en el poder de Dios, puede trasplantar un árbol al mar.

Diálogo con Cristo

Señor, te pido perdón por las veces que me he olvidado de Ti. Perdón por todo lo que te haya podido lastimar. Perdón, porque he sido capaz de herirte en mis hermanos. Gracias por tu perdón, Señor, confío en tu misericordia infinita.