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Seguir a Cristo

Del santo Evangelio según san Mateo 16, 24-28

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del Hombre con majestad.

Oración introductoria

Padre santo, ayúdame a buscar lo que me haga crecer en el amor, para darte gloria y servir mejor a los demás: bienes que duren y valgan para la eternidad. Y, aunque no me guste ni me atreva a buscarla, que sepa renunciar a mí mismo para tomar mi cruz y seguirte. 

Petición

Señor, dame la fortaleza para tomar mi cruz y seguir los pasos de tu Hijo.

Meditación del Papa

En los tres Evangelios, este seguirle en el signo de la cruz… como el camino del «perderse a sí mismo», que es necesario para el hombre y sin el cual le resulta imposible encontrarse a sí mismo. Como a los discípulos, también a nosotros Jesús nos dirige la invitación: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame». El cristiano sigue al Señor cuando acepta con amor la propia cruz, a pesar de que a los ojos del mundo aparece como un fracaso y una «pérdida de la vida», sabiendo que no la lleva solo, sino con Jesús, compartiendo su mismo camino de donación. Escribe el Siervo de Dios Pablo VI: «Misteriosamente, el mismo Cristo, para erradicar del corazón del hombre el pecado de la presunción y manifestar al Padre una obediencia íntegra y filial, acepta… morir en una cruz». Aceptando voluntariamente la muerte, Jesús lleva la cruz de todos los hombres y se convierte en fuente de salvación para toda la humanidad. San Cirilo de Jerusalén comenta: «La cruz victoriosa ha iluminado a quien estaba ciego por la ignorancia, ha liberado a quien era prisionero del pecado, ha llevado la redención a toda la humanidad» (Benedicto XVI, 28 de agosto de 2011).

Reflexión

Un sacerdote tuvo que realizar un viaje a Estados Unidos y en el avión coincidió con un empresario muy importante. Después de un rato de diálogo, el millonario le contó esta confidencia: Daría con gusto gran parte de mi dinero con tal de volver a tener la experiencia de Dios que viví hace muchos años.

La amistad con Cristo no se paga con dinero, es gratis. Por eso es tan difícil lograrla, porque no se vende en ningún establecimiento. No es una mercancía, pero es el bien más cotizado del mundo. Y por desgracia, también el más desconocido.

¿Cómo se logra esa amistad? En primer lugar, haciéndose como Cristo. Para eso hay que empezar a conocerlo; leer el Evangelio, acudir a los sacramentos, dedicar momentos diarios a la oración, etc. Es necesario «empaparse» de sus enseñanzas, que son divinas. Es entonces cuando damos un fundamento sólido a nuestra vida cristiana.

Jesús nos avisa que esa transformación en Él es costosa, como cargar con una cruz sobre los hombros. No hay que engañarse. Pero también es la manera más plena de vivir, despreocupándose de los propios intereses y tratando a los demás como Cristo lo haría. Es así como podremos experimentar su amistad y cercanía. Así «recobramos» nuestra alma para el Señor y ayudamos, con nuestro testimonio, a los otros.

Diálogo con Cristo 

Es mejor si este diálogo se hace espontáneamente, de corazón a Corazón
Señor, no es fácil ser tu amigo en la cruz. La tentación a escapar o renegar de la realidad, cuando se presentan los problemas, fácilmente me domina. Gracias por esta meditación que me confirma que puedo confiar en que, con tu gracia, puedo perseverar hasta el final. No puedo esperar gozar de una eternidad gloriosa, llena de fiesta y de alegría, si no derramo, por amor a Ti y a mis hermanos, un poco de sangre, sudor y lágrimas en la tierra.

Propósito

Adoptar una actitud positiva, y no quejarme, ante las dificultades de este día para seguir a Cristo en el camino de la cruz.

La sabiduría de la hermana menor

Del santo Evangelio según san Lucas 10, 38-42

Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».

Oración introductoria

Jesús, así como aquel día entraste en la casa de Marta, hoy también vienes en esta oración a mi vida. Ayúdame a ponerme espiritualmente a tus pies. Quiero dejar de lado todas las distracciones, preocupaciones, ideas y sentimientos que me impidan ponerme a tu escucha.

Petición

Jesús, ayúdame a escoger siempre la mejor parte, que es la oración, que es tu Reino, que es tu amor.

Meditación del Papa

En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse. La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe. A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo. La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre. (Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2013).

Reflexión

Se cuenta que, en una ocasión, un famoso científico alemán quiso realizar una expedición por el Amazonas. Era una eminencia en los diversos ramos del saber. Llegado al Brasil, le pidió a uno de los naturales del lugar que lo llevara en su barca, río adentro. El joven aceptó con gusto. Durante la travesía, el sabio preguntó al joven: ¿Sabes astronomía? No. ¿Y matemáticas? Tampoco. ¿Y biología o botánica? -No, yo no sé nada de esas cosas, señor -le respondió el muchacho, muy confundido-. Yo sólo sé remar y nadar. ¡Qué pena! -le dijo el científico- has perdido la mitad de tu vida. Y guardaron silencio. Al cabo de una media hora se precipitó una tormenta tropical y la barca amenazaba naufragar. Entonces el barquero preguntó al científico: ¿Sabe usted nadar, señor? -No -contestó el sabio-. Y el muchacho, con tono apenado, le dijo: -¡Pues usted ha perdido toda su vida!

Esta simpática historia nos puede ayudar a comprender que hay cosas buenas y necesarias, pero que no son las más importantes de la vida. Mientras que otras, aunque sean aparentemente menos importantes, son las más fundamentales. En otras palabras, nos descubre el sentido de lo esencial.

El Evangelio de hoy es uno de los pasajes que a mí más me gustan, precisamente porque nos revela de una manera clarísima el sentido de lo esencial en nuestra vida.

A Jesús le complacía hospedarse en la casita de Betania porque allí tenía buenos amigos que lo querían, lo acogían con gusto y con quienes pasaba unos ratos de descanso y de familiaridad muy agradables. Lázaro, Marta y María eran amigos y confidentes de nuestro Señor. Marta -la hermana mayor- fungía de anfitriona, de ama de casa, y se multiplicaba para atender lo mejor posible a un Huésped y a un Amigo tan singular. Y la señora de casa hacía todo lo posible por ofrecerle lo mejor y por «lucirse» en el servicio y en las atenciones… «Se multiplicaba para dar abasto con el servicio» nos dice el evangelista.

Mientras tanto, María, toda despreocupada, «sin hacer nada», se sentaba plácidamente a los pies del Señor a escuchar su palabra. Marta, toda nerviosa y ajetreada, se para entonces un momento y, en tono de queja, le dice a Jesús que le pida a la hermana menor que la ayude en el servicio, ya que ella no alcanza con todo.

Seguramente esperaba que, ante la petición del Maestro, su hermana se levantaría a ayudarla. Y, sin embargo… ¡le salió el tiro por la culata! No sólo no logró que María le echara una mano, sino que, además, se ganó una dulce reprensión de parte del Señor: «Marta, Marta, tú te inquietas y te turbas por muchas cosas… pero sólo UNA es necesaria -le dice-. María ha escogido la mejor parte, y no le será arrebatada».

Yo creo que no siempre se ha hecho justicia a Marta. Tal vez hemos pensado que Marta se ganó la «regañina» del Señor porque estaba equivocada. No. Marta estaba haciendo una cosa estupenda, maravillosa: estaba sirviendo al Señor. ¡Qué privilegio! Sin embargo, a pesar de todo, sí tuvo un error, y Jesús no tardó en hacérselo ver. El problema no está en servir al Señor, sino en la manera de hacerlo. Lo que Jesús reprueba no son sus servicios y sus atenciones, sino la agitación, la dispersión, el andar corriendo en mil direcciones y perder la paz del corazón.

Marta se deja ganar por lo urgente y sacrifica lo importante; se queda con lo accidental y descuida lo esencial; se deja copar por el activismo y olvida la contemplación, la escucha de la palabra del Señor, que es lo que verdaderamente importa. Olvidó que la llegada del Señor a su casa era la gran oportunidad para estar con Él y escucharlo, y prefiere, en cambio, la acción. Pero cae, al mismo tiempo, en la precipitación, en el ruido, en la agitación y el nerviosismo. «La prisa -nos dice Tito Livio en un pasaje de sus Annales- es imprudente y ciega». Marta acoge a Jesús en su casa, pero María lo acoge dentro de su corazón, en su propia intimidad.

Tal vez incluso Marta quería quedar bien ante el Señor, reservándole lo mejor de sus servicios, pero se quedó en las cosas del Señor; mientras que María escogió al Señor de las cosas y le entregó su ser entero.
Por eso, creo que habría que preguntarnos hoy a qué damos nosotros más importancia en nuestra vida: al «actuar» o al «ser»; al activismo y a una cierta «herejía de la acción» o a la oración y a la contemplación, que es la condición indispensable para una acción fecunda en el apostolado. Si no tenemos el corazón lleno de Dios, nuestra acción será sólo un ruido vacío y estéril. «Mucho ruido y pocas nueces», reza el proverbio popular.

No se trata de preferir una de las dos actitudes y de descartar la otra. Hemos de unir las dos dimensiones en nuestra vida, pero insistiendo en lo ESENCIAL: oración y acción, escucha y servicio. Pero siempre, poniendo lo primero en el lugar que le corresponde. Ojalá que a nosotros no nos tenga que llamar la atención nuestro Señor, como a Marta: «Tú te inquietas y te turbas por muchas cosas, pero una sola es necesaria».

Propósito

Ojalá que nosotros sepamos, como María, escoger la parte mejor -al Señor- pues nadie nos lo arrebatará. ¡Él es el Único necesario! Todo lo demás nos lo dará Él por añadidura.

Diálogo con Cristo 

Jesús, gracias por este momento de oración. Quiero permanecer a tus pies, como María, porque mi vida depende de escucharte y experimentar tu cercanía. Dame la gracia de que en mi vida triunfe siempre la gracia sobre el pecado, la fidelidad sobre las tinieblas, el amor sobre el egoísmo, la oración sobre el activismo. Porque sólo si me lleno de Ti, podré darte a los demás.

No he venido a traer paz, sino espada

Del santo Evangelio según san Mateo 10, 34. 11,1 

«No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa. Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades. 

Oración introductoria

Señor, gracias por este momento de oración. Concédeme la luz para salir de esa falsa paz en la que acomodo mi vida, evitando el compromiso auténtico de mi fe. Espíritu Santo, lléname de tu gracia para poder profundizar en lo que me quieres decir hoy por medio del Evangelio.

Petición

Señor, concédeme que mi entrega en el Regnum Christi esté marcada siempre por el sello de la generosidad y de la alegría.

Meditación del Papa

¿En qué se funda el martirio? La respuesta es sencilla: en la muerte de Jesús, en su sacrificio supremo de amor, consumado en la cruz a fin de que pudiéramos tener la vida. Cristo es el siervo que sufre, de quien habla el profeta Isaías, que se entregó a sí mismo como rescate por muchos. Él exhorta a sus discípulos, a cada uno de nosotros, a tomar cada día nuestra cruz y a seguirlo por el camino del amor total a Dios Padre y a la humanidad: «El que no toma su cruz y me sigue -nos dice- no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará». Es la lógica del grano de trigo que muere para germinar y dar vida. Jesús mismo «es el grano de trigo venido de Dios, el grano de trigo divino, que se deja caer en tierra, que se deja partir, romper en la muerte y, precisamente de esta forma, se abre y puede dar fruto en todo el mundo». Benedicto XVI, 11 de agosto de 2010.

Reflexión

Hoy como ayer, Jesús tiene pocos amigos. Y humanamente hablando ser profeta de «desdichas» no es el mejor modo para atraer a las personas. Por lo general tomamos estas amonestaciones como un tipo de «mal agüero», y terminamos por culpar del mal que nos sucede, justo Aquel que buscaba advertirnos de las posibles desgracias en nuestra vida. Son profecías desagradables, porque nos anuncian cosas incómodas, que no corresponden a lo que deseábamos para nosotros mismos. Pero no escuchar estos consejos, es una actitud ridícula, porque es como esforzarse por no ver la señal que nos indica el camino que buscábamos desde hace tanto tiempo y con tanta ansiedad.

A lo mejor también nosotros escapamos de las advertencias de Dios. O como niños caprichosos después del regaño del papá, decimos: «está bien, discúlpame, haré lo que me has dicho», y luego nos comportamos a nuestro modo. Pero cuando repetimos por enésima vez el mismo error, somos nosotros los que sufrimos las consecuencias de nuestra tozudez. El mensaje de Jesús, cuando es aceptado en su totalidad cambia la mentalidad del mundo. Porque sólo Cristo es el que puede donarnos la verdadera felicidad sobre esta tierra.

Propósito

Renunciar a algo que me guste mucho, para ofrecerlo por alguien que necesite encontrase con Dios.

Diálogo con Cristo

Señor, bien sabes que quiero ser santo pero que fácilmente olvido que la santidad se fragua en la renuncia, la abnegación, la generosidad, el desinterés, el olvido personal, para favorecer el bien de los demás. Permite comprobar que hay mayor felicidad en el dar que en el recibir y ayúdame a edificar mi santidad en la vivencia cotidiana de las virtudes que engrandecen mi amor a Ti y a mi prójimo, a ése más próximo, que luego olvido.

Los discípulos amigos de Jesús

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Del santo Evangelio según san Juan 15, 9-17

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros.

Oración introductoria

Señor, dame a entender que el amor es la esencia del cristianismo, que éste debe ser mi distintivo como cristiano, no dejes que olvide la necesidad urgente de vivir a fondo el espíritu de caridad. Tú, que eres todo Amor, infunde en mi corazón, en esta oración, tu divino amor.

Petición

Jesús, hazme comprender que la verdadera caridad cristiana se dirige a todos, sin distinciones ni medidas.

Meditación del Papa

Precisamente ahora, en que la cultura relativista dominante renuncia y desprecia la búsqueda de la verdad, que es la aspiración más alta del espíritu humano, debemos proponer con coraje y humildad el valor universal de Cristo, como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida. Él, que tomó sobre sí nuestras aflicciones, conoce bien el misterio del dolor humano y muestra su presencia amorosa en todos los que sufren. Estos, a su vez, unidos a la pasión de Cristo, participan muy de cerca en su obra de redención. Además, nuestra atención desinteresada a los enfermos y postergados, siempre será un testimonio humilde y callado del rostro compasivo de Dios.
Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra.
En esta vigilia de oración, os invito a pedir a Dios que os ayude a descubrir vuestra vocación en la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en ella con alegría y fidelidad. Vale la pena acoger en nuestro interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga. (Benedicto XVI, 20 de agosto de 2011

Reflexión

«Amaos los unos a los otros como yo os he amado»; es el nuevo mandamiento que sale del Corazón de Dios; no sale de la ley, ni de una prohibición. Sale de un reclamo de Cristo que quiere que le imitemos hasta dar nuestra vida por nuestros hermanos, porque así lo ha hecho Cristo muriendo en la cruz.

Muy cerca de nosotros está la Virgen María; nadie mejor que ella ha amado a Dios y a todos los hombres, pues por su amor en la Anunciación se convirtió en Madre de Dios, y por su amor en la cruz en Madre de todos los hombres; su amor ha sido tan grande que ni siquiera el pecado, se ha atrevido a tocarla. La clave de todo está en el amor, donde se encuentra la paz, donde se encuentra la fortaleza en el seguimiento de la voluntad de Dios.

Como dice san Juan: «Dios es amor». Por lo tanto si llevamos en nuestro corazón a Dios tendremos el verdadero amor, y la medida del amor a Dios está en el amor a nuestros hermanos, porque si no somos unos mentirosos, como dice la carta de Santiago.

Propósito

Ser un auténtico testigo del amor de Dios al hacer hoy, en su nombre, una obra buena, aunque sea difícil.

Diálogo con Cristo 

El cristianismo es una llamada al verdadero amor, por eso estoy llamado a ser un auténtico testigo del amor. La caridad nunca debe limitarse a evitar el mal sino que debe concentrarse en hacer a todos el bien, brindándoles apoyo en todo lo que es posible y dando de lo propio con generosidad. Jesús, no dejes que me olvide que el sí amoroso a mi vocación cristiana debe también llevarme un sí a las demás personas, especialmente a las más cercanas.

La grandeza de los pequeños

Del santo Evangelio según san Marcos 9, 30-37

Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará.» Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle. Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino?» Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos.» Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado.» 

Oración introductoria

Señor, vengo abrirte mi corazón porque, aunque te he fallado, confío en tu misericordia y creo en tu infinito amor. No quiero tener nunca miedo de acercarme a Ti, porque sólo en Ti podré encontrar la respuesta a los interrogantes de mi vida.

Petición

Señor, permite que sepa imitar tu ejemplo de paciencia, donación y servicio a los demás.

Meditación del Papa

Respecto a la «victoria» entendida en términos triunfalistas, Cristo nos sugiere un camino bien diverso, que no pasa a través del poder y la potencia. De hecho, afirma: «Si uno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el siervo de todos». Cristo habla de una victoria a través del amor que sufre, a través del servicio recíproco, la ayuda, la nueva esperanza y el concreto consuelo dado a los últimos, a los olvidados, a los rechazados. Para todos los cristianos, la más alta expresión de tan humilde servicio es Jesucristo mismo, el don total que hace de Sí mismo, la victoria de su amor sobre la muerte, en la cruz, que resplandece en la luz de la mañana de Pascua. Nosotros podemos tomar parte en esta «victoria» transformadora si nos dejamos transformar por Dios, sólo si realizamos una conversión de nuestra vida y la transformación se realiza en forma de conversión. Benedicto XVI, 18 de enero de 2012.

Reflexión

Amigo lector, déjame hacerte hoy una confidencia personal. ¿Sabes? A mí me encantan los niños y disfruto mucho estando y conversando con ellos. Tal vez también a ti te suceda algo igual. Y la razón es muy simple: porque nos fascina su sencillez, su inocencia, su bondad natural, la transparencia de su alma, su pureza y su candor. Casi todos los niños son así. Aunque algunos sean un poco más pícaros, poseen un alma noble y son muy sensibles ante lo grande y lo bello. Te podría contar muchas experiencias, y seguramente también tú tendrás muchas de ellas. Si quisieras contarme alguna, me encantaría que me escribieras a mi dirección de internet para compartirla conmigo. Mira, yo te quiero contar hoy una historia para que veas la grandeza de la fe, la inocencia y el candor de los pequeños.

Es un hecho real, por supuesto. Sucedió hace algunos años en unas misiones del Africa. Dejemos a la misionera que nos lo cuente personalmente.

Una noche yo había trabajado mucho ayudando a una madre en su parto. Pero, a pesar de todo lo que hicimos, murió la madre dejándonos un bebé prematuro y una hija de dos años. Nos iba a resultar difícil mantener el bebé con vida porque no teníamos incubadora -¡no había electricidad para hacerla funcionar!-, ni facilidades especiales para alimentarlo. Aunque vivíamos en el Ecuador africano, las noches frecuentemente eran frías y con vientos traicioneros.

Una estudiante de partera fue a buscar una cuna que teníamos para tales bebés, y la manta de lana con la que lo arroparíamos. Otra fue a llenar la bolsa de agua caliente. Volvió enseguida diciéndome irritada que, al llenar la bolsa, había reventado. La goma se deteriora fácilmente en el clima tropical. -«¡Era la última bolsa que nos quedaba! -exclamó-; y no hay farmacias en los senderos del bosque».
-«Muy bien -dije-; pongan al bebé lo más cerca posible del fuego y duerman entre él y el viento para protegerlo. Su trabajo es mantener al bebé abrigado».

Al mediodía siguiente, como hago muchas veces, fui a orar con los niños del orfanato que se querían reunir conmigo. Les sugerí a los niños varias intenciones para su oración y les hablé del bebé prematuro. Les conté el problema que teníamos para mantenerlo abrigado, pues se había roto la bolsa de agua caliente y el bebé se podía morir fácilmente si cogía frío. También les dije que su hermanita de dos años estaba llorando porque su mamá había muerto. Durante el tiempo de oración, Ruth, una niña de 10 años, oró con la acostumbrada seguridad consciente de los niños africanos: -«Por favor, Dios -oró- mándanos una bolsa de agua caliente. Mañana no servirá porque el bebé ya estará muerto. Por eso, Dios, mándala esta tarde». Mientras yo contenía el aliento por la audacia de su oración, la niña agregó: -«Y mientras te encargas de ello, ¿podrías mandar una muñeca para la pequeña, y así pueda ver que tú la amas realmente?»

Con frecuencia las oraciones de los chicos me ponen en evidencia. ¿Podría decir honestamente «Amén» a esa oración? No creía que Dios pudiese hacerlo. Sí, claro, sé que Él puede hacer cualquier cosa. Pero hay límites, ¿no? Y yo tenía algunos grandes «peros». La única forma en la que Dios podía responder a esta oración en particular, era enviándome un paquete de mi tierra natal. Había ya estado en Africa casi cuatro años y nunca jamás recibí un paquete de mi casa. De todas maneras, si alguien llegara a mandar alguno, ¿quién iba a poner una bolsa de agua caliente?

A media tarde, cuando estaba enseñando en la escuela de enfermeras, me avisaron que había llegado un auto a la puerta de mi casa. Cuando llegué, el auto ya se había ido, pero en la puerta había un enorme paquete de once kilos. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Por supuesto, no iba a abrir el paquete yo sola. Así que invité a los chicos del orfanato a que juntos lo abriéramos. La emoción iba en aumento. Treinta o cuarenta pares de ojos estaban enfocados en la gran caja. Había vendas para los pacientes del leprosario. Luego saqué una caja con pasas de uvas variadas. Eso serviría para hacer una buena horneada de panecitos el fin de semana. Volví a meter la mano y sentí… ¿sería posible? La agarré y la saqué… ¡Sí, era una bolsa de agua caliente nueva!

Lloré… Yo no le había pedido a Dios que mandase una bolsa de agua caliente, ni siquiera creía que Él podía hacerlo. Ruth estaba sentada en la primera fila, y se abalanzó gritando: -«¡Si Dios mandó la bolsa, también tuvo que mandar la muñeca!». Escarbé el fondo de la caja y saqué una hermosa muñequita. A Ruth le brillaban los ojos. Ella nunca había dudado. Me miró y dijo: -«¿Puedo ir contigo a entregarle la muñeca a la niñita para que sepa que Dios la ama en verdad?”

Ese paquete había estado en camino por cinco meses. La había preparado mi antigua profesora de religión, quien había escuchado y obedecido la voz de Dios mucho antes de que sucedieran las cosas, y fue Él quien la impulsó a mandarme la bolsa de agua caliente, a pesar de estar yo en el Ecuador africano. Y una de las niñas había puesto una muñequita para alguna niñita africana cinco meses antes, en respuesta a la oración llena de fe de una niña de diez años que la había pedido para esa misma tarde».

¿Ves qué grande y qué hermosa es la fe y la sencillez de los niños? Nosotros, los adultos, ¿tenemos una fe igual que la de ellos? Por eso, nuestro Señor nos dijo en el Evangelio que “si no nos hacemos como niños, no entraremos en el Reino de los cielos”. Y también: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al Padre que me ha enviado”. ¡Ojalá que nosotros no nos avergoncemos de ser un poco como ellos!

Propósito

Tener una atención, un acto de servicio, o al menos una sonrisa, con la persona que más me cuesta «soportar», con la sencillez de un niño.

Diálogo con Cristo 

Jesús, qué testimonio de paciencia y comprensión ante la debilidad. En vez de valorar el plan de salvación que me propones, me distraigo en lo pasajero, en la tentación del poder, del tener o del aparecer, cuando mi único afán debe ser entregarme con la confianza y docilidad de un niño a mi misión, como discípulo y misionero de tu amor. Te ofrezco éste y todos mis días. Tómame Señor, como tu servidor. Cuenta conmigo.